Tributos al Tormes: suicidios

 

Suicidios

 

Hace unos días apareció el cuerpo de una mujer flotando en el rio a la altura del embarcadero. La prensa dio cuenta de ello y de nada más, así que seguramente detrás del suceso haya un suicidio, porque a la prensa le cuesta mucho manejar estas historias, convencida de que informar de ello supone un efecto “llamada” y anima a otras personas que se lo están pensando. Sería bueno escuchar a todas las partes sobre este asunto. En todo caso, antes no era así. Los periódicos de otro tiempo naturalmente que daban todo tipo de detalles de un suicidio, incluido el nombre de la víctima. Todo tipo de detalles, repito, y lo sé muy bien porque mi segunda casa es la hemeroteca. Gracias a ello sabemos que el tributo que cobra el Tormes a veces viene por el lado de la imprudencia, otras por un accidente y otras, en fin, por decisión propia de la víctima.

La desesperación, creo, está detrás de los suicidios de época. Hoy es la depresión. Estaba la mujer “deshonrada”, que con su suicidio cerraba el escarnio público de su situación. A veces, esa deshonra conllevaba embarazado y hasta parto, y el fruto de ese parto puede que acabase en las aguas del Tormes. Recuerdo una noticia que hablaba de la aparición de un recién nacido en el rio dentro de una cazuela. Hay, pues, una desesperación sentimental, pero también económica: la pobreza lleva a no ver salida en esta vida a la que se ponía cierre voluntariamente. También los desengaños del amor, como se entendía entonces, alimentaban la desesperación y …

El Tormes se presentaba en ese momento como una tentación. Irresistible, en algunos casos.

Víctimas de suicidio han aparecido en todos los tramos de nuestro rio, desde La Aldehuela al Puente de la Salud, aunque se lleva la palma la zona llamada del Cabildo, a la altura del Puente Pradillo, que forma parte del tren conocido como Ruta de la Plata. La predilección por esta zona tiene que ver con su eficacia: profundidad y remolinos, unidos a un suelo inestable, y naturalmente la altura del propio puente. Hoy la zona está más concurrida, pero antes de hacerse el Paseo Fluvial o de las Dos Norias, del tráfico de la carretera de Madrid, de la construcción de viviendas y naves industriales en sus inmediaciones el Cabildo era un espacio discreto y apartado, ideal para la última reflexión y decisión fatal.

En Salamanca, por lo que he sabido, cada año ponen fin a su vida alrededor de veinte o veinticinco personas, y otras tantas lo intentan. Muy pocas eligen el Tormes, pero hay quien lo hace. Tendrán, sin duda, sus razones, que desconozco.

Decía que la hemeroteca es mi segunda casa. En ella encuentro, por ejemplo, el dato de 1900 según el cual cada semana en Salamanca se producía un suicidio, decía EL ADELANTO. Más adelante se informaba de que la forma de acabar con la propia vida más frecuente en esos años era arrojarse al tren, desbancando al río e incluso a la Peña Celestina, escenario también de muchos suicidios hasta el punto de denominar al paseo que discurre a sus pies Paseo del Desengaño. El 22 de octubre de aquel 1900, Cipriano García, se arrojó desde ella. Quizá hubo efecto “llamada” de aquellos artículos que hablaban del suicidio. Un par de años más tarde, en 1902, se produjo el macabro hallazgo que cité antes: un bañista descubrió una olla con un recién nacido, dando cuenta del hallazgo a las autoridades. Poco después se ponía la primera piedra del puente de Enrique Estevan, que no ha sido un escenario de suicidios, quizá por la poca profundidad en esa zona.

Todos los suicidas tienen nombre, apellidos, circunstancias y razones que han ido desapareciendo de las noticias que hablaban de ellos. Uno de estos fue el autor de la Historia de Salamanca Manuel Villar y Macías, quien decidió poner fin a su vida en el Tormes apesadumbrado por un error en su Historia señalado por un cronista salmantino, Juan Barco, que aportó una prueba irrefutable frente al despliegue de autores que citó Villar y Macías. Esto es lo que dice la leyenda, aunque en realidad detrás de don Manuel había antecedentes familiares y personales de una enfermedad mental, según algunas fuentes, y también un carácter melancólico. Si bien, a pesar de todo, tuvo que ser muy duro verte señalado en la calle por un error en una obra formidable en la que dejó –nunca mejor dicho—su vida.

No pudo el historiador con aquello, y esto sumado a sus antecedentes…

La muerte de don Manuel Villar y Macías se produce el 26 de junio de 1891. Su cuerpo es encontrado por un trabajador del servicio de aguas. El juez no vio necesario hacer autopsia. Dos días más tarde, Ramón Barco, hermano del cronista Juan Barco, que había polemizado con el historiador publica en la portada de El Adelanto un texto que descarga de responsabilidad a su hermano, Juan Barco, señalando que la polémica con Villar y Macías fue “exclusivamente literaria”.

 Merece la pena leer ese párrafo, que he rescatado de la hemeroteca.

 

Imagen que contiene texto, periódico

El contenido generado por IA puede ser incorrecto.Foto en blanco y negro de una persona con un traje de color negro

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El episodio de esta mujer --¿tendría que decir anónima?—, mis recuerdos de hemeroteca y el suicidio del ilustre historiador Manuel Villar y Macías, traen a mi memoria un pasaje del libro “El rio”, de Esther Kinsky (Ed Periférica) en el que se afirma, hablando del Nevetva, que “como todos los ríos, exigía sus víctimas: niños, amantes, idiotas, temerarios que saltan de un témpano a otro, soñadores que contemplando la luna perdían la noción de la realidad, todos los cuales pasaban a la memoria de los vivos por ser los elegidos del rio para arrebatarles el corazón…”

Ignoro que han visto y ven los suicidas en el río para elegir sus aguas como final de sus vidas, pero el Tormes también exige sus víctimas.

 

 

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